Mi Amigo Luis
por Arturo López Levy

Traducido por Joel Quezada

No recuerdo con exactitud el día en que lo conocí pero se que desde entonces y a pesar de la diferencia en edades y carácter, Luis Chanivecky siempre me trató como a un amigo –con extraordinaria inteligencia y cordialidad. Luis era una de esas personas a quienes la gente joven de hoy se le puede acercar con confianza. Era un joven perpetuo. No era difícil establecer un diálogo acerca de su familia; la familia de uno mismo, su vida de viajero, compositor, judío y cubano.

Siempre fue hospitalario por excelencia –un conversador feliz y abierto. Para él, la sinagoga era como su hogar. Disfrutaba compartir sus pensamientos y su espacio con el resto de sus conocidos. Nunca lo vi saludar a alguien de mala gana o sin deseo de hacerlo. Estaba a cargo de los servicios religiosos en el Patronato y aunque su edad y su grave problema de visión lo limitaban, no dudó en involucrar a más judíos en la lectura del Torá, servicios religiosos y en la vida judía de nuestra comunidad. Había una característica que estaba ausente en él: la arrogancia. Siempre fue muy humilde, con el corazón abierto, noble y hospitalario.

Desde que lo conocí, supe que era una fuente viviente de la historia de nuestra comunidad y de la experiencia de vivir en este siglo como judío en Cuba. Un día, le sugerí que fuéramos al cementerio en Guanabacoa, para que pudiera platicarme acerca de los judíos sepultados ahí. Aceptó inmediatamente con la única condición de que le hablara con anticipación y de que encontrara un medio de transporte. Acostumbraba a caminar mucho [tenía la tendencia a hacerlo en exceso] y cuando llegué por él, Rosita me habló desde el balcón: “Cuídemelo mucho”.

¡Qué día! Al llegar al cementerio por un momento pensé que no llegaría. Luis me dijo que debería hacerle preguntas y que él me contestaría. Hablamos acerca de cómo eran el Centro Israelita, la Vieja Habana y del Patronato antes de la Revolución aún más de lo que hablamos acerca de quienes estaban sepultados en el cementerio.

Recuerdo que almorzamos en el paladar La Guarida, la locación de la película “Fresas y Chocolate” y pasamos medio día ahí. Hablamos acerca del dueño de las fotos que colgaban en la pared. En ese momento, la personalidad de Luis el compositor se adueñó del escenario. Luis, el compositor de “La Luna en tu mirada”, “Locura Azul” y la “Bossa Cubana”. Cuando se estrenó “Los Zafiros”, recuerdo que Luis me dijo que cantaron varias de sus composiciones en la película. Y se los platiqué a los amigos de mi generación (quienes sabían acerca de Los Zafiros solo lo que sus padres les habían dicho) que un hombre judío había compuesto varias de las canciones del cuarteto estelar. ¡Qué sorpresa al ver los créditos y ver que el nombre de Luis no estaba incluido! En el Kabbalat Shabbat siguiente le pregunté a Luis que había sucedido. Con modestia me dijo que la historia que Hugo Cancio, hijo de Miguel Cancio y productor de la película, había hecho –había omitido el nombre de Luis en los créditos de la película. Desafortunadamente el error nunca fue corregido, pero eso no disminuyó el orgullo de la comunidad y sus amigos. La película, casetes y CDs han recibido buenos comentarios y se venden bien. Comigo permanece otro recuerdo de esa conversación. Luis me dio un casete con casi toda su música, incluyendo “La apertura de Anna Frank”, compuesta como una obra teatral. Aunque nunca fue llevada al escenario en nuestra comunidad, Luis me dijo que en los Estados Unidos, la música había sido tocada durante un programa de los Judíos en Cuba.

Puedo decir muchas otras cosas acerca de este hombre notable cuyos mayores atributos eran su humildad y su modestia. Era caracterizado por un excelente sentido del humor y por la felicidad de alguien que sabe que su vida ha sido productiva. Sentía un intenso amor por su familia. Recuerdo cuando estábamos sentados en la mesa del almuerzo en Viñales a donde fuimos en una ocasión con June Safran. Luis estaba feliz. June lo había invitado a acompañarlo con uno de los grupos que había traído de los Estados Unidos y solicitó traer a su nieto, a Rosita y a Livat. El cuarteto vino y se sentaron codo a codo. Había un video del grupo Simcha y una presentación acerca de cómo alguien de tan lejos como Nueva York puede uno conocer a un caballero de Yaguajay. Estas líneas no pretenden ser un homenaje a Luis. El nunca hubiera solicitado algo así, son tan solo pasajes que recuerdo.

Quienes participamos en la ceremonia colectiva de Bar/Bat Mitzvah en 1997 recibimos un set de tefilin por parte del Dr. Miller en nombre del Patronato. Fueron Luis y el Rabí Roberto Feldman quienes me enseñaron a utilizar el tefilin. Hoy, cuando entremos a su sinagoga, su centro comunitario, no debemos olvidar a Luis. Le damos las gracias a Luis, a Marcus Matterin, a Moisés Baldas y a otros que ya no están con nosotros, porque nuestra sociedad no siguió el destino de la United Hebrew Congregation. Tenemos el patronato porque tuvo fundadores que reunieron fondos para establecerlo y darle vida. Pero también existe porque gente como Luis, aún en tiempos difíciles de discriminación religiosa, tuvieron un miniano –cubano o halachita– como para que nunca pudiera ser cerrado. Hubo un renacimiento de la vida judía en Cuba porque ha habido apoyo continuo, aún en el peor de los tiempos.

Sobretodo, Luis era un buen hombre. No sé si alguna vez se expresó mal de alguna persona; por lo menos nunca lo hizo estando conmigo. Era bueno porque no conocía otra forma de ser. Era un hombre de su comunidad, de su vecindario, de su familia. Era un hombre común, uno de esos hombres con los pies firmes sobre la tierra como Abraham Lincoln acerca de quién se dijo, “Dios los ama tanto que hizo muchos de ellos”.

Arturo López Levy

Julio 2000