Por Fabiola Santiago - fsantiago@herald.com
Traducción de Ana Garcia Chíchester
Café con leche ... con un bagel tostado -- así
es como Betty Heisler-Samuels describe su estilo
de vida judeo-cubano en el sur de la Florida.
"Los judíos cubanos son muy diferentes de los
judíos americanos," dice Heisler-Samuels, autora
de The Last Minyan in Havana
(amazon.com)
(Chutzpah, $14.95), uno de los libros sobre la identidad
judeo-cubana que se presentará este fin de semana
en la Feria Internacional del Libro de Miami. "Nunca
seremos como ellos porque venimos de circunstancias y experiencias
diferentes. El hecho de que se nos permitió ir a
Cuba, que fuimos acogidos y pudimos disfrutar de ese país,
nos marcó de una manera que llevaremos para siempre."
Los judíos cubanos son parte de una numerosa comunidad
nacional de judíos latinoamericanos que se encuentran
viviendo un segundo exilio y forjando una identidad cultural
doble en los Estados Unidos, como hispanos y como judíos.
Las estrictas reglas de inmigración establecidas
en los Estados Unidos en la década de los años
1920 forzaron a miles de refugiados judíos a vivir
en la América latina y en el Caribe. La próspera
comunidad judeo-cubana-americana --con sus sinagogas, clubes
culturales e instituciones sociales en Miami Beach--surgió
del éxodo en masa de la mayoría de los 15,000
judíos de la isla que se escaparon después
que el régimen comunista confiscó sus negocios.
En la década de los años sesenta, los judíos
cubanos no fueron acogidos fácilmente por la comunidad
judeo-americana, dice Caroline Bettinger-López, autora
de Cuban-Jewish Journesy: Searching for Identity, Home,
and History in Miami (amazon.com) (University of Tennessee
Press, $40), un nuevo estudio etnográfico.
Con notables excepciones como el Templo Menorah, que ofreció
membresía y servicios gratis a los refugiados, "la
comunidad judía reaccionó con frialdad e indiferencia
hacia ellos," dice Bettinger-López.
"Cuando los judíos cubanos llegaron a Miami,
vinieron en calidad de exiliados como el resto de los refugiados
cubanos. Fue una identidad difícil--exiliados del
comunismo. Ellos convirtieron esta situación en una
identidad religiosa muy rápidamente, basándose
en el modelo de comunidad que tenían en Cuba, y especialmente
en la Habana, donde había una comunidad judía
muy fuerte," dijo Bettinger-López.
El modelo: Mientras que mantenían interacción
con la sociedad cubana, tenían una energética
comunidad propia en la isla. Cuando los judíos cubanos
entendieron que su estancia en los Estados Unidos no era
temporaria, comenzaron a establecer una comunidad similar.
"Querían forjar lazos con la comunidad judía
y fueron a Miami Beach," dijo Bettinger-López.
Pero la comunidad judía local los apartó
por varias razones, dijo ella: "Había la percepción
general que los exiliados cubanos tenían caudal y
no necesitaban ayuda," a pesar de que la mayoría
de los refugiados llegaron sin un centavo y con pocas pertenencias.
Y existía el "mito" que a los refugiados
los mantenía el gobierno de los Estados Unidos por
medio del programa para cubanos en el refugio.
Pero de mayor significado, dice Bettinger-López,
"había una fuerte mentalidad anti-cubana, especialmente
entre los ashkenazi, los judíos de procedencia del
este de Europa."
Los sefarditas, de procedencia del Mediterráneo
y de España, tenían "una relación
cultural mayor con la cultura latina. Se trata de un punto
debatible, pero ellos fueron expulsados de España
y mantuvieron una cultura similar a la cultura cubana,"
dijo.
Esa relación inicial, o falta de ella, con frecuencia
influye la forma en que las relaciones judeo-cubana-americanas
se manifiestan hoy.
Bettinger-López señala la ceremonia de instalación
en 1996 del primer presidente cubano de la Federación
Judía de Greater Miami como ejemplo de dos mundos
en discordia.
Era una noche de júbilo y orgullo. El salón
se veía colmado de judíos cubanos que rompieron
en ruidoso aplauso y tumulto cuando Isaac Zelcer, un judío
cubano ashkenazi, se convirtió en el primer latino
en ocupar tal puesto. Zelcer había sido nominado
por una organización controlada por judíos
americanos a una posición tradicionalmente ocupada
por un miembro de la comunidad judeo-americana--y muchos
vieron esto como "una verdadera integración
de judíos americanos y latinos."
Pero tan pronto como Zelcer terminó su discurso,
y se fue apagando el aplauso, el salón comenzó
a vaciarse a pesar de que el resto del programa todavía
no había concluído. Y es que algunos de los
judíos cubanos abandonaban el local para concluir
la celebración en el Restaurante Versailles en las
afueras de Little Havana, el lugar de festejo de preferencia
de la comunidad cubana.
"La noche fue tanto un símbolo poderoso de
cómo los judíos cubanos se han hecho parte
de la comunidad judía de los EEUU como de la naturaleza
todavía insular de su comunidad, a la cual se le
critica con frecuencia de auto-interés," dijo
Bettinger-López. "A primera vista pareció
algo muy grosero, pero yo entiendo lo que estaban haciendo.
Ilustra la idea de que los judíos cubanos mantienen
su enfoque interno, y de muchas maneras esto se basa muy
particular en su historia. Se vieron forzados a enfocarse
en sí mismos cuando trataron de integrarse a la comunidad
judía en Miami y los abofetearon."
Bettinger-López, que creció en una familia
judía en Pinecrest sin tener conciencia de la existencia
de la comunidad judeo-cubana (el apellido López pertenece
a su esposo, de origen irlandés-puertorriqueño),
comenzó su proyecto de investigación como
parte de un curso de antropología en la Universidad
de Michigan, donde una de sus profesores fue Ruth Behar,
la respetada antropóloga judeo-cubana.
En un prefacio que escribió para el libro Cuban
Journeys, Behar dice que Bettinger-López aporta "una
visión nueva, cuidadosa y crítica a las realidades
que nos resultan familiares y a la vez extrañas."
Entre tantos judíos que Bettinger-López entrevistó
está Heisler-Samuels, cuya ficcionalizada historia
de familia refleja las historias de muchos judíos
cubanos.
The Last Minyan, una novela autobiográfica auto-publicada,
narra la vida de un inmigrante judío que abandona
Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial en busca de una
vida mejor en La Habana. Como en la historia del padre de
Heisler-Samuels, la vida de Haim Tuchman se desenvuelve
en el escenario de La Habana de los años 40 y 50,
cuando las estrellas de Hollywood se divertían en
la ciudad y la exótica tienda El Encanto hacía
honor de su nombre con la última moda de París
y Milán.
Para alguien como Heisler-Samuels, la permanencia en el
exilio en los Estados Unidos no ha causado que la identidad
judeo-latina haya dejado de desarrollarse.
"Hay tres generaciones en mi familia y cada una ha
nacido en un país distinto," dice Heisler-Samuels.
"Mis padres nacieron en Europa. Yo nací en Cuba.
Mi hija y mi hijo nacieron en los Estados Unidos, y mis
nietos nacieron en Colombia. Hablando del judío errante."